En la nevera de mi infancia no había yogures. De la leche de las cabras que teníamos en casa, la abuela nos hacía requesón o flanes de huevo, para aprovechar los excedentes de producción de las gallinas. Sin embargo, la sustancia alimenticia de consistencia cremosa y de sabor agrio, preparada con leche fermentada y envasada en envases de vidrio, no formaba parte de nuestra cotidianidad.
Pese a su deliciosa excepcionalidad, los danones se escribían en minúscula. ¿Cómo, si no? ¡No sabíamos otro nombre! A mí, ocasionalmente, me enviaban a comprarlos en la tienda de Clarina. Y cuando destapábamos la tapa plateada de esos envases transparentes, salivábamos y alargábamos la ceremonia de la degustación, a golpe de cucharilla para acabar con los últimos vestigios del yogur. Después lavábamos con cuidado los recipientes vacíos y los devolvíamos en nuestra próxima visita a la tienda. Tanto el contenido como el continente eran elementos de culto.
Un verano vino al pueblo una amiguita que vivía en Castellón de la Plana. La invitamos a comer y me apeteció ofrecerle un yogur de postre. Cuando sólo le quedaban dos deditos para acabárselo recuerdo que pronunció unas palabras que nunca había oído antes, “Ya no me apetece”. Estuve a punto de coger una cucharilla limpia para terminármelo, pero no me atreví a hacerlo. A pesar de mi estupefacción, el miedo a hacer el ridículo me pudo más, que el deseo de reaprovechar aquella golosina.
Con los años, las neveras de las tiendas acostumbraban asiduamente a exhibir yogures de plástico de muchos colores, con rostros de vacas simpáticas o todo tipo de «nuestras» frutas o bien exóticas. Incluso llegó el día que en el estante de las neveras podías encontrar un yogur caducado. “No me apetece” pensábamos entonces nosotros en silencio.
Cuando ya no había más novedades que nos despertaran ese anhelo primigenio, los envases de vidrio volvieron de nuevo. En las zonas refrigeradas de los supermercados se apilaban hermandados como dos gemelos los envases de cristal transparente, con letras en relieve invisibles que no ocultaban la blancura esencial del producto. Valían más. Eran caros. Apelaban a nuestro deseo perdido. Y el deseo volvió.
Teresa Tort Videllet
Filóloga y colaboradora en algunos medios de comunicación.
Autora del blog Agafada al vol en Vilaweb y del libro 100 paraules ebrenques.
¿Qué es Remarca?
Remarca es un proyecto interno de adn studio en forma de alfabeto singular. Una visión ecléctica de lo que podría ser un abecedario de logotipos de referencia reinterpretado, un diccionario de términos esenciales para los profesionales del marketing, una buena colección de tutoriales de comunicación, o bien todo a la vez.
Un proyecto en el que «sin límites» vamos a narrar con imaginación desbordante de la mano de los mejores expertos del sector, como Teresa Tort Videllet, que nos relata con su insólita creatividad, el despertar del deseo de consumo, ese percusor tan deseado por los publicistas que anhelamos impregnar en cada una de nuestras herramientas de comunicación, que cuidadosamente articulamos para inducir a la compra de una marca como Danone.
Remarca es un experimento creativo que aportará definiciones particulares relacionadas con el branding, la innovación, el marketing o la comunicación. De la A a la Z.